©Cristina García-Lasuén
LA ERA POST CRISIS
La crisis económica mundial en este año ha causado la caída de las inversiones productivas y del consumo, confirmando una tendencia que está poniendo en serias dudas la continuidad del bienestar global.
Según algunos expertos esta grave situación es temporal y se regulará, en algún momento, como ocurrió en las anteriores crisis de los años 30 y de los 70, lo que confirmaría esta especie de maldición sinusoidal de los mercados cada cuarenta años. Sin embargo, la mayoría de los expertos consideran que ahora es muy diferente de las anteriores ocasiones; que nos vamos a tener que enfrentar a una nueva etapa, una nueva era, porque lo que estamos viviendo es una situación desconocida e insólita. En las anteriores crisis, argumentan, se veían afectados algunos países, relacionados entre ellos por tratados de amistad y comercio, y los declives incidían, sobre todo, en determinados factores de producción que luego, con el tiempo y las medidas adecuadas, se corregían mientras que el resto del mundo seguía su curso normal sin apenas notar estas dificultades de los implicados. Sin embargo, ahora es muy diferente. Los analistas nos dicen que, no sólo es mucho más profunda de lo que ha ocurrido antes y nos creemos, sino que es la primera vez que circunstancias tan graves afectan de manera global, mundial, y cuyas consecuencias se van a hacer sentir en todos los sectores de la población.
La globalización que, en su día, facilitó la idea de igualdad, la uniformidad en el consumo, la información y la producción, se ha vuelto ahora en contra de todos al tiempo. Las consecuencias de un mercado único, que es el que dicta el valor y los precios en nuestra aldea global, tal y como la definió Mc Luhan, han provocado la caída de algunas grandes y medianas empresas y bancos. La incertidumbre se aprecia en todos los ámbitos. Hoy día sólo existe una certeza: nadie sabe cuánto va a durar o qué es lo que va a ocurrir, porque cada día es un enigma. Se duda, incluso, si algún día se podrá llegar a resolver. La cuestión, dicen, es que no parece que estemos viviendo sólo un periodo de grave recesión económica, más o menos duradero del que nos recuperaremos, sin lugar a dudas, sino que los síntomas que se observan indican que estamos ante los comienzos de un crack del propio sistema. Aseguran que, cada día que pasa sin encontrarse o empezar a ver una solución, parece que se confirma esta sospecha negativa. Esta visión del ocaso de la civilización occidental, tal y como la conocemos en estos momentos, enlaza y coincide con el pensamiento de las filosofías orientales que consideran que toda existencia y circunstancia que ocurre en nuestro mundo responde a una naturaleza, cíclica y biológica, de creación, desarrollo, muerte y renacimiento. Con la frase “The day ends and the end begings” comienza y acaba la película de Jean Renoir, “El río”, en el que se describe este proceso cíclico de la existencia humana.
La interpretación de las culturas, “con fecha de caducidad”, está definida en las posiciones de Fichte o Schelling y desarrollada en las tesis de Hegel, Marx, Comte y por el anticartesiano Gianbattista Vico, quien describió que el nacimiento, ocaso y renacimiento de las culturas seguían tres fases sucesivas: la etapa de los dioses, la de los héroes y la de los humanos. Si estos autores confirman esta visión circular, desde un punto de vista del pensamiento económico y filosófico occidental, Oswald Spengler, en su libro “La decadencia de Occidente”, incluso apuntó una fecha límite en la vida de las civilizaciones, que fijó en mil años. El efecto milenarista fue el que sembró de terror a los habitantes de la Edad Media, a medida que se acercaba el fatídico año 1.000. Sin embargo, Spengler atiende a cuestiones económico-sociales y no de superstición numérica, cabalística o decimal. Escribe que, después de este periodo de mil años, cada sociedad experimenta y genera su propia autodestrucción. Señala, como ejemplo, que después de la caída del Imperio de Roma el Renacimiento de la cultura europea empezó, de nuevo, con la dinastía Carolingia. Así que, si aplicásemos la teoría de Spengler, es decir, si añadimos mil años a esa histórica fecha, nos encontramos en nuestros días. Tras el doloroso proceso de nacimiento, evolución y maduración de nuestra cultura a lo largo de diez siglos, estaríamos a punto de presenciar, en vivo y en directo -como mandan los cánones actuales de información-, cómo un ciclo de la civilización europea y occidental está llegando a su fin.
Según Spengler, los primeros signos de decadencia de nuestra civilización surgieron tras la Revolución Industrial, que fue cuando la máquina comenzó a sustituir al ser humano y la primacía de las emociones se vio relegada por el imperio y el triunfo de la razón. Desde entonces, nuevas formas de conducta social y política han generado una preocupación obsesiva por el crecimiento económico, que se justificaba en la creencia de que, gracias a los beneficios materiales, nos podríamos liberar, al fin, del designio y del peso de la historia.
Efectivamente, los estados liberales han defendido la primacía de lo económico como el método ideal para lograr un bienestar y una paz social, puesto que garantizaba el sentido de igualdad, de oportunidad y de protección a las capas sociales menos favorecidas. En estos momentos, puesto en evidencia las debilidades del propio sistema económico, la seguridad que se mantiene para millones de parados, personas de la tercera edad o dependientes físicos, que son el sector más débil de la sociedad, puede verse dificultada poniendo en serio riesgo su medio de subsistencia, el equilibrio general y el bienestar social, que son los soportes fundamentales sobre los que se asienta la civilización occidental. A este estado de cosas habría que añadir la cantidad de foráneos que alcanzan las costas de occidente persiguiendo el sueño de la libertad y de su futuro.